Noviembre 23 de 2023
Buenos días, don Juan Pablo...
Cineasta, amigo, vecino y discípulo de Juan Pablo.
Don Juan Pablo,
Esta madrugada me parece verlo recién levantado, con la sudadera raída de siempre y su taza de café recién hecho. Viene con andar de tronco por el patio de su casa en Machetá. La voz estentórea de radiola inaugura el día con una de esas sentencias que ha repetido cientos de veces a lo largo de los años: “Pues sí, don Joaco, ¡la vida es dura y corta, jueputa! ¿Se imagina que fuera dura y larga? Y además tiene un segmento útil bastante reducido, ¡de manera que hay que hacerle, jueputa!”. Y así se aleja monologando por el corredor, convencido de que las paredes lo escuchan atentamente, y así se me pierde de vista sin que yo alcance a decirle que se quede un rato más, que hoy no hay que correr, que no tiene que llegar puntual a ninguna cita, que en el periódico no esperan su columna de los miércoles, que los indicadores y las altitudes y los discursos sobre resultados ya no importan. Que se quede tranquilo en su mecedora oyendo los pájaros mientras el mundo termina de recalentarse.
La “morida” se trae sus ironías. En las últimas semanas usted se quedó quieto en casa, finalmente. Poco a poco se fue desprendiendo de las cosas, rodeado de su familia y algunos amigos. Por muchos días se mantuvo del lado de los que escuchan.
Con los años aprendí a ver al niño inocente que intenta refugiarse en el trajín de la vida para no sentirse solo. Estoy seguro de que al final usted se sintió en paz con esa soledad y esa inocencia. De las cosas que me deja, me quedo con esta imagen: un tipo que le da la mano a un mono en un templo tibetano como invitándolo a conversar o queriendo confesarle algo; y esta otra: dos tipos unidos por una cuerda en la ladera de una montaña. Pienso que son la misma imagen, y me da risa.
Usted trataba a todo el mundo por igual, con el mismo desparpajo, transparencia y buena fe. Cuando nos conocimos yo era un chino preadolescente que no encajaba en nada. Usted me invitó a subir al cerro de las Antenas con su amigo Chelo, se fue mamando gallo todo el camino y a mí, que lo admiraba tanto, me habló como si fuera un compañero del colegio. Ese fin de semana me prestó las llaves de su casa y me abrió campo en su círculo de amigos y en su familia.
Usted es la persona más generosa que he conocido. Por estos días planeaba invitarlo a tomar whisky a mi nueva casa, construida en su vecindad, y hacerle entrega de las llaves que me prestó hace veinticinco años. No dio el tiempo, pero aquí seguimos por un rato más la casa y yo, con las montañas al fondo. Hágale con calma.
Un abrazo entrañable a Paola, Margarita, Manuela, Juana, Antonia, Simón, Chelo, Rosario, Ángela, y toda su gran familia.