Bosque seco, el ecosistema que salvó al Tayrona de un hotel
Por: Javier Silva Herrera | Enero 18 2013.
Esta vegetación salió del olvido porque su posible destrucción detuvo proyecto ecoturístico.
En medio de la polémica por la posible construcción de un hotel en el sector de Bahía Concha, en el parque Tayrona –cuya licencia fue suspendida el pasado jueves por la Autoridad Nacional de Licencias Ambientales (ANLA)– uno de los argumentos que ambientalistas y ecólogos han usado para rechazar este proyecto y llevarlo a su cancelación es que la obra pondría en grave riesgo una porción de bosque seco que sobrevive milagrosamente en esta zona protegida.
Y la solicitud está más que justificada. Este ecosistema está en peligro crítico de extinción, pese a que es hogar del emblemático mono tití cabeciblanco –uno de los primates más amenazados del mundo según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN)–, de micos aulladores, lagartijas azules, colibríes, loros, guacamayas, boas constrictor y arañas lobo. No hay que desconocer que en ciertas épocas del año hace honor a su nombre y parece un desierto, una zona estéril en la que solo parecieran crecer chamizos y arbustos.
Pero basta que lleguen las lluvias para que se transforme en un despliegue de plantas multicolores, guayacanes amarillos, ocobos rosa, cámbulos rojos; que van creciendo hasta formar una selva comparable en biodiversidad y espesura con el Amazonas.
No obstante, las cifras sobre su conservación no están en sintonía con toda esa riqueza. Estudios de la Universidad Nacional e investigaciones de biólogos como Juan Manuel Díaz Merlano, director científico de la Fundación Marviva, indican que de los 80 mil kilómetros cuadrados de bosque seco que tenía Colombia en la época de la Colonia, hoy solo quedan menos de 1.200 kilómetros cuadrados, es decir, el 1,5 por ciento del total. La superficie restante ha sido talada o arrasada para introducir ganado o cultivos agrícolas, explica la Fundación Ecosistemas Secos de Colombia. Lo que más preocupa es que solo el 0,8 por ciento de ese total que aún sobrevive está incluido en algún esquema de protección o dentro de alguna zona protegida.
La destrucción del bosque no solo ha colapsado la supervivencia y reproducción de animales. Este es un hábitat que, de ser preservado con sostenibilidad, nos aportaría maderas finas para hacer artesanías y muebles, fibras y plantas ornamentales que podrían exportarse, y compuestos químicos como resinas, látex y fármacos. Allí crecen frutas como el mamoncillo y el níspero y se reproduce un árbol llamado palo santo, que sirve para hacer repelentes contra insectos y para extraer de la piel aguijones o espinas enconadas.
Una cuarta parte de las medicinas disponibles en la actualidad proviene de su flora, y el 70 por ciento de ella ha sido identificada como útil para desarrollar tratamientos contra tumores malignos, según el Instituto Nacional del Cáncer de Estados Unidos. Otras han dado origen a fármacos contra la hipertensión, la artritis y afecciones cardíacas. Lo poco que queda, nos sigue sirviendo gratuitamente para amortiguar el cambio climático y acumular agua lluvia. Además, la fauna que lo habita ha desarrollado un mecanismo de defensa extraordinario para adaptarse a las fluctuaciones de la temperatura y a la escasa disponibilidad de líquido. Pero el bosque es talado diariamente. “Cuando su vegetación es reemplazada por potreros, la temperatura comienza a aumentar, baja la evotranspiración y con esto las lluvias, entonces el suelo pierde su capacidad para retener agua, el nivel de los ríos sube y hay más inundaciones”, explica Díaz Merlano.
En Colombia solo quedan bosques secos aislados en la isla de Providencia, La Guajira, la serranía de Piojó (Atlántico), en las islas del Rosario y los Montes de María (Bolívar). También en los alrededores del río Patía (Cauca), en el cañón del río Dagua (Valle), en el valle del río Sogamoso (Santander) y también en Mariquita y el cañón del Sumapaz (Tolima). Otra porción se conserva en la serranía de San Lucas, donde enfrenta los mayores riesgos por la minería ilegal y la deforestación para introducir palma africana. Parques Nacionales Naturales anunció que una parte de la serranía y porciones de bosque seco en Norte de Santander serían protegidas, sin que hasta el momento esto se haya concretado. Pero al menos una polémica en torno a la construcción de un hotel, sirvió para que ese pedazo que aún se ve en el Tayrona siga sobreviviendo.
Parques decide en otro caso
Un concepto técnico que Parques Nacionales deberá presentar a la Autoridad de Licencias Ambientales (ANLA), tendrá la última palabra sobre el futuro del hotel Los Ciruelos, en Bahía Concha, dentro del Tayrona. Si Parques considera que el proyecto pone en riesgo el ecosistema del lugar, incluido el bosque seco, la licencia ambiental que permite construir el hospedaje se cancelará. Esta polémica comenzó en el 2009, cuando Los Ciruelos recibieron por primera vez la licencia ambiental. Luego, esta les fue suspendida en el 2011 por hacer obras no autorizadas. El 27 de diciembre del 2012 se les levantó esa suspensión y los trabajos continuaron hasta el jueves pasado, cuando la licencia fue otra vez interrumpida. Parques había dado vía libre al hotel en el 2009, pero argumenta que ahora cuenta con información que le permite pensar que sí habría daños para la zona protegida. Voceros del proyecto dijeron que no rechazan la suspensión, porque al tener que hacer nuevo concepto técnico, Parques comprobará que el proyecto no generará daños.
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